10 sept 2009

Locos

Se despertó súbitamente. Un tenue rayo de luz se colaba por la claraboya instalada en el techo pero dejaba ver con una aterradora nitidez los azulejos blancos de la pared. Intentó levantarse, no pudo. Intentó frotarse los ojos y cayó en la cuenta de que llevaba otra vez aquella sofocante camisa de fuerza que le cruzaba los brazos sobre el pecho dificultándole la respiración. Notaba sus miembros agarrotados aunque no sabía si era por su postura forzada o por efecto de los fármacos. Los fármacos. Aquellas pastillas encerraban al cuerpo pero dejaban la mente fresca. Eran como cadenas de hierro que le impedían mover cada una de sus extremidades. Pero no se dormía, no lo relajaban, no dejaba de oir aquellas voces, las voces. Desde que tenía conciencia había convivido con aquellas voces. Algunas veces le daban consejos aunque otras lo reprendían. El hablaba con ellas y ellas le contestaban. No hacía daño a nadie. No era peligroso para nadie. Sus padres creían que hablaba con sus amigos imaginarios pero a medida que pasaban los años el niño seguía hablando sólo y manteniendo verdaderas conversaciones con aquellas "voces". El diagnóstico fue claro: esquizofrenia paranoide. El tratamiento fue igual de claro a la vez que afilado: internamiento en un manicomio.

Y allí estaba él, recordando otra vez su primer día en aquel hospital. Lo mezclaron con todo tipo de gente que o bien hacían daño a los demas, o bien a sí mismos, o bien a ambos. Gente que predicaba sobre el futuro y también que se creían dioses, Napoleón o el nuevo mesías. Sus voces le decían que todos estaban locos, que saliera de allí cuanto antes si no quería convertirse en uno de ellos. Cada día aquella enfermera le daba su dosis diaria, haloperidol decía que se llamaba. También decía que mejoraría, que sus voces desaparecerían y que saldría a la calle en poco tiempo.

Quince años después sigue tomando su medicación, odiando cada instante de sus inmovilizadores efectos. Oyendo a sus voces cada vez más enfadadas. Juntándose con gente que veía conspiraciones y alucinaciones en cada esquina. Enfundándose en una camisa de fuerza y celda de aislamiento por mala conducta (según el criterio de los médicos).

Un día en su habitación compartida, rompió los cristales de su enrejada ventana y con un trozo afilado se cortó las venas. Mientras veía cómo se desangraba escribió con una letra temblorosa en la pared:

LOS LOCOS NO ESTAMOS LOCOS TODO EL TIEMPO

No hay comentarios:

Publicar un comentario